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13-1-2025 – Según la cuenta del Foro Penal, había mil seiscientos noventa y siete presos políticos para el día 9 de enero en las ergástulas del régimen chavista. Hoy, se calculan 21 presos políticos más. Uno de ellos, el periodista Carlos Correa.
No debería haber ni un preso político. En ningún país debería haber ni un solo preso político. Sea cual sea la cifra definitiva que haya para el momento en que esta nota aparezca en el chat (a cada momento el régimen puede agregar alguno, no hay manera de vaticinar los espasmos de la represión impulsada desde el terror, o puede que suelte a alguien para impostar piedad o por presión o cualquier otra causa), uno puede proponerse luchar por uno entre tantos; uno que los represente a todos.
Ese puede ser, hoy, Carlos Correa.
Carlos Correa, en libertad, por su bendita tozudez y porque eso es lo que sabe hacer, continuaría luchando por los demás presos políticos como venía haciéndolo hasta que lo eligieron a él para ser un preso político más. Claro que también son un símbolo Rocío San Miguel y cualquier otro de los mil setecientos y pico secuestrados. Pero, digamos, Carlos Correa es en este momento para los periodistas venezolanos un símbolo especial. Y un motivo propicio para que nuestra voz alcance volumen.
De manera particular, para mí Carlos Correa nace con la revista Comunicación primero en el Centro Jesús María Pellín, en El Paraíso, y luego en el Centro Gumilla, en la esquina de Luneta. Ya por ahí anda un comunicado de esa revista, un llamado de alerta, una voz indignada. Carlos Correa formó parte de ella; él es, en buena medida, un producto no jesuita de los jesuitas. La revista Comunicación ha hecho su historia y en esa historia figura Carlos. Esa es la revista de la cual, cuando cumplió cuarenta años, el compañero Max Römer dijo que sus páginas «son un alboroto, una manifestación inquieta, un querer saber y no llegar a saberlo, un paso que da pie al otro…»: o sea, un medio para la esperanza en un mundo de comunicaciones más fecundas y democráticas.
Tengo aquí, en uno de los álbumes familiares traídos en la maleta, una foto donde aparece Carlos. Estamos a la salida del Restaurant Urrutia de la Avenida Francisco Solano, en Caracas. Al lado de Carlos, entre otros, están Francisco Tremonti y José Ignacio Rey, jesuitas entrañables y vascos de nacimiento, amigos y maestros al mismo tiempo. Ya fallecidos. Todos formábamos parte del equipo de Comunicación y estábamos celebrando un cumpleaños de la revista.
Los jesuitas fueron expulsados de España, es un hecho histórico; saben lo que es sentirse perseguidos por un Estado sin escrúpulos.
Cada quien tiene, en España, algún periodista conocido, o amigo, trabajando en algún medio con proyección en la península y/o en las islas. ¿Qué pasaría si cada quien se propone hacerle llegar la historia de Carlos Correa y además nutrirlo con datos sobre lo que está pasando con él en estos momentos?
Y a los políticos también. Aunque, desde luego, muchos andan bien conscientes de la situación que padece Venezuela y de esta sangría de presos políticos en pleno desarrollo. Sin embargo, pensándolo bien, ¿sabrá Alberto Núñez Feijóo que Carlos Correa es de origen gallego?
Si se hace un comunicado, es muy sencillo lo que debe escribirse:
“Exigimos al Estado venezolano y a todas las autoridades que garanticen a Carlos Correa sus derechos fundamentales. Que respeten su integridad física. Que cuiden su salud, que es delicada. Y, en definitiva, que lo liberen de inmediato”.