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Este artículo viene a propósito de una celebración por los cincuenta años de la revista Comunicación, donde ha militado por mucho tiempo ―todo el tiempo, mejor dicho― gente tan apreciada como Marcelino Bisbal, Jesús María Aguirre y Andrés Cañizález
Sebastián de la Nuez
8-4-2025 – La revista venezolana Comunicación ha cumplido cincuenta años de vida durante la cual ha editado 209 números. Es la única publicación venezolana dedicada con ánimo crítico y proyección académica ―pero sobre todo social― a los temas comunicacionales en su diversidad de aspectos: además de lo académico y social, laborales, tecnológicos, éticos, profesionales. En todos ellos subyace, transversalmente, los Derechos Humanos; en especial, la libertad de expresión.
Sí, la comunicación social, y el periodismo en particular, vive en eterno conflicto con el poder, con las diversas formas del poder. Existe, por norma tácita, un combate sempiterno a favor del ideal primordial del oficio: la búsqueda sin restricciones ni cortapisas de la verdad, o aquello que se parezca más a ella que podamos encontrar y difundir los imperfectos seres que somos, por lo general cargados de prejuicios y temores.
En su libro «El periodista en el burdel», Juan Luis Cebrián cita al deshonroso magnate de las comunicaciones australiano Rupert Murdoch cuando respondió, tras haber sido comprobado que un supuesto diario ―publicado por un medio suyo― de Hitler era completamente falso, con esta evasiva: “Bueno, al fin y al cabo estamos en el negocio del entretenimiento”. Más allá del cinismo que la frase encierra, Cebrián coincide en que no hay que perder de vista “la convergencia empresarial de los medios”; y sí, la imagen y lo lúdico forman parte consustancial, hoy en día, de la información.
Pero ante este panorama, el trabajador que se ha formado en la comunicación social o en las ciencias de la información (o simplemente el periodismo) debe tomar en cuenta el compromiso que tiene con su oficio. Puedes trabajar, por carambolas de la vida, como repartidor de Glove o taxista o cuidando mayores, pero seguirás teniendo un compromiso íntimo y moral allá dentro, en el fondo de ti mismo.
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La gente de Comunicación ―sobre todo ligada a la UCAB, a la UCV y al Centro Gumilla― está en permanente intercambio con organizaciones como Espacio Público, Expresión Libre y el Instituto Prensa y Sociedad; más allá de las fronteras, mantiene vínculos latinoamericanos y por eso recoge, en este número que comento, por ejemplo, el Índice Chapultepec (https://www.indicedechapultepec.com/) relativo al control de medios y periodistas. Venezuela es el país que aparece en la última casilla, bajo la franja SIN LIBERTAD DE EXPRESIÓN. De treinta puntos posibles, alcanzó 3,36 puntos. Por esos vericuetos matemáticos que uno no termina de entender, a menor puntuación, peor desempeño del Estado y de sus instituciones en referencia al valor Libertad de Expresión. Como quiera que se exprese, resulta que Venezuela es una nación negativamente líder en el tema. La dimensión “Violencia e impunidad contra periodistas y medios” resulta ser la que más peso tiene en los resultados del barómetro Chapultepec.
Otro dato: más de 400 medios de comunicación han cerrado desde 2003 a la fecha en Venezuela, y claro que en algunos casos se explicarán por el cambio de paradigma en lo que a soporte y mediación de las redes sociales se refiere, pero es, en cualquier caso, una cuantía realmente alarmante, ¿no?
Aunque muchos otros datos, temas y aspectos puedan destacarse de este número aniversario (puede desplegarse el contenido completo en el enlace al final de este artículo), voy a quedarme solamente con lo relativo al miedo. Manuel Llorens, que fue psicólogo del equipo Vinotinto, escribe sobre el miedo en Venezuela, dentro de Venezuela, algo que desde lejos nos es difícil imaginar en todos sus matices. Llorens caracteriza el miedo infligido por un Estado que practica el terrorismo, cuyos voceros amenazan, de manera velada o desnuda, con la tortura o la desaparición forzada ―incluso física― a los ciudadanos de a pie: habla de la necesidad de acercarse al horror sin sentirse abrumado (“la última respuesta posible al terror estatal no es el miedo o la indignación”), sobre saber más de los mecanismos y actores del terror, evitando así “esa clase de terror blando y ocioso que desgasta y enerva los corazones” (esta última cita la toma de Alexis de Tocqueville) pero, en especial, quiero resaltar su alusión a la fatiga de la compasión o anestesiamiento psíquico, “que se refiere a la desconexión emocional que sucede en aquellos expuestos continuamente a experiencias o registros del sufrimiento”.
Me parece un punto clave: aun estando lejos, o sobre todo porque estamos lejos, precisamente por tanto “enviado muchas veces” registramos el terror pero ya no lo procesamos pues somos, igualmente, víctimas de la fatiga compasiva. Andamos anestesiados psicológicamente. Hace meses ―entiéndanme bien: ¡meses!― hemos debido hacerles saber a la mayor cantidad de españoles posible que el secuestro de la activista por los DDHH Rocío San Miguel por parte del gobierno de Nicolás Maduro es eso mismo, un secuestro sin atenuantes que persigue amedrentar a todos aquellos que se atrevan, como se atrevió ella, a rebelarse ante el poder de vocación dictatorial y militarista.
Nada más sino recordar que Rocío tiene la nacionalidad española y que la persona que sugirió hace días esta iniciativa por el chat de Venezuelan Press tenía toda la razón para hacerlo.
Naturalmente, esto es también reconocer la responsabilidad que le corresponda a uno. Un buen pedazo de fatiga nos toca, con todo y anestesia. Por el caso de Rocío y de los demás que se encuentran en la misma situación, periodistas o no periodistas. Los dos turistas vascos que el gobierno capturó sin dar ninguna prueba de nada sobre su supuesta complicidad en algún complot marca BuloTrump, siguen desaparecidos; son fichas. Maduro y sus secuaces utilizarán esos comodines en algún momento. Las personas, para un régimen como ese, no son personas de carne y hueso. Son naipes.