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Doménico Chiappe
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Nunca quise desvincularme del periodismo. Como los músicos de jazz, hace falta el oído y el ejercicio permanente. Para que no se entumezcan los dedos, para no perder la capacidad de sorpresa. La migración a veces lleva por otros caminos, y sin embargo había que practicar aunque fuera en las barras de bar, en las mesas de oficinas, entre las líneas de los libros. Alternar la literatura con las crónicas. Esas historias de los otros, también las propias, las redactaba en la mente, a veces nutrían la ficción que escribía en ese momento. Era una manera de no dejar de tocar al ritmo de la prensa.
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Busco historias, como aquellas de barra de bar que nunca transformé en textos. Ahora, entre artículos a veces diarios, me dedico a desvelar las violencias, sin que me importe la nacionalidad, la raza, el origen, el género. Entran allí los de aquí y los de allá. Voces que se alzan contra el trato de los que llegan a la sala de asilados de Barajas, el maltrato machista, los abusos infantiles, la negligencia médica, los perjuicios sociales, el racismo… Son varios años de trabajo que se transforman, ahora en septiembre, en un libro, ‘Violencias’ (editorial Pepitas, 2025), y en el que intento ese periodismo para el que quizás me preparé desde los tiempos de Estampas. Nunca se sabe cuándo llega el momento del solo.
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Pero antes, por leer con calma aprendí a escribir narrativa y trasladé ese aprendizaje al ensayo ‘Tan real como la ficción’ (Laertes, 2010), impartí talleres y clases, confronté esas líneas con el trabajo de mis alumnos, aprendí un poco más. Fueron varios años de un periodismo sin campo. Del relato de lo mínimo con cierta pretensión libresca. Un estilo que se aleja de la actualidad, pero que rescata lo olvidable y le alarga la vida. No lo convierte en trascendente, desde luego. Qué es la trascendencia. Quizás sea dedicarle tiempo a alguien para que escriba mejor que quien enseña.
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No perder el compás y entrar siempre en el ‘tempo’ hizo posible que pudiera publicar sobre Venezuela en diarios y revistas españoles cuando surgía la ocasión. Cuando murió el dictador Chávez, por ejemplo, y cubrí los funerales y el inicio de la campaña electoral para el grupo Vocento y sus periódicos El Correo, Diario Vasco, Sur, Hoy, Ideal, Montañés, Las Provincias, El Comercio, o La Verdad, donde terminé trabajando años después. Esas crónicas iniciaron el libro ‘Largo viaje inmóvil’ (Círculo de Tiza, 2016), en el que reuní los viejos artículos de Primicia, El Nacional y TalCual para llegar a ese momento. Otras ocasiones fueron la salvaje embestida del régimen en 2014 (https://elestadomental.com/revistas/num2/desde-una-ventana-venezuela) o la concesión del premio Ortega y Gasset a Teodoro Petkoff (https://letraslibres.com/revista-espana/petkoff-el-resistente/). Aquella fue una excusa para hablar con él por teléfono, una última conversación no tan larga como ahora quisiera.
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El alejamiento del periodismo a veces sucede dentro del mismo periodismo, en la misma redacción, frente a la pantalla. Porque hay varios periodismos, como hay varios géneros musicales y algunos se pueden tocar con un dedo y otros con magia. El que aprecio, y tengo la suerte de practicar, aunque no siempre cuando se está a sueldo, requiere búsqueda, investigación, empatía, escucha, paciencia, olfato. Creo que publicar en prensa no siempre es hacer periodismo. O tal vez habría que buscar otro término. A esas historias buscadas y a veces encontradas hay que rescatarlas de la marginalidad, darles un lugar en la agenda.
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En mi trabajo en la agencia Colpisa, para los diarios regionales de Vocento, en ocasiones, gano espacio para temas venezolanos. Dos ejemplos recientes fueron los reportajes sobre los presos políticos en las cárceles de Maduro y sobre la forma en que la represión por las protestas contra el fraude electoral se convierte en extorsión, en chantaje. Ambos para el dominical. Hay más, claro, como el de los niños venezolanos gravemente enfermos que quedaron sin atención médica ni alojamiento de un día para otro cuando el gobierno de Guaidó les negó los fondos que provenían de Citgo, los esfuerzos para dar de comer en los barrios de Alimenta la Solidaridad , o el arte de Alex Apóstol. No hay que perder la capacidad armónica ni la síncopa, que el periodismo puede existir, todavía, en las historias que están huérfanas en la calle.