Evaristo Marín: una vida en tinta y papel

Víctor Suárez

El periodista margariteño Evaristo Marín (Valle de Pedro González, Nueva Esparta, 26-10-1935), vive actualmente en Houston, Texas. En octubre cumplirá 90 años de vida y 71 como incansable reportero y florido cronista. Podría decirse que ningún suceso importante de la historia del oriente-sur del país ha escapado a su curiosa mirada en casi tres cuartos de siglo de ejercicio profesional. Se inició en 1954 como corresponsal del diario caraqueño Últimas Noticias y en el entonces semanario Antorcha, en El Tigre, estado Anzoátegui.

En Amazon acaba de aparecer su libro “Huellas de vida en tinta y papel”, que es una suerte de testamento, un compendio memorioso de su prolongado e intenso trajín profesional que ahora brinda a la posteridad.

Misiones peligrosas, sublevaciones, guerrillas, catástrofes naturales, desarrollo económico y cultural, narró Evaristo, y deja como lecciones.

Los originales de este libro los he leído al menos tres veces. En cada ocasión ha sido un gozo, un placer grandioso, un manantial de consulta. Conservo en mi memoria su estampa desde hace más de 65 años. Poco después de la caída del dictador Pérez Jiménez, mi familia vivía en una Unidad Vecinal llamada popularmente Los Bloques de Barcelona. Allí residían también Augusto Hernández, fotógrafo de El Nacional; Miguel Yilales, corresponsal de El Universal; Obdulio Puga Padilla, corresponsal del diario La República; y un fotógrafo forense de la PTJ de apellido Mota. Siempre se acercaban otros dos periodistas: Absalón José Bracho, corresponsal de El Nacional, y un ventiañero flaco y alto, de fino vestir, con diente de oro y un bigotito parecido al del actor mexicano Pedro Armendariz, llamado Evaristo Marín. Allí le vi por primera vez. Ya había ejercido en la ciudad durante ocho meses la corresponsalía de El Nacional en 1957.

Se hizo periodista en momentos lúgubres para la profesión, tanto como los de ahora. Estricta censura, no se podía hablar de política adversa al gobierno, ni publicar nada que pudiera molestar al más nimio funcionario; de manera que en su pasantía en Tucupita, capital del territorio federal Delta Amacuro, como corresponsal de El Nacional, semejaba más bien un cronista medioambiental de los caños del Bajo Orinoco.

A Ciudad Bolívar llegó en 1958, experiencia que le fortaleció mucho en su oficio. Allí entrevistó por única vez al candidato presidencial Rómulo Betancourt, quien incluso le invitó a la tarima en un acto de campaña electoral con la intención de que observara la magnitud de la asistencia. La segunda vez que quiso conversar con este personaje fue en el aeropuerto de Barcelona, poco después de haberle entregado la presidencia a Raúl Leoni en 1964. En lugar de aceptar preguntas, Betancourt le quitó el grabador y dijo: “Vengo de Marigüitar. He pasado unos días deliciosos de playa en la casa de la familia Oropeza Castillo, con el doctor Lizarraga, mi médico, y su esposa Patrick, muy americana, pero más criolla que el pan de hallaquita, y en estos momentos vamos a tomar la avioneta para seguir en vuelo hacia La Carlota, en Caracas. Eso es todo. No hay preguntas. Terminó la entrevista”.

En 1960 fue destacado a la corresponsalía de Maracaibo. Un año después ocupó la de Margarita.

Durante 10 años se alejó de los quehaceres del periodismo de calle. (“Llevo con gran orgullo haber formado parte del grupo fundador de UDO, en Puerto La Cruz, entre 1964 y 1973”).

Volvió a El Nacional, en la corresponsalía de Barcelona. Allí estuvo durante 30 años consecutivos (1975-2005).

Trabajó al lado de los tres grandes fotógrafos Joaquín Latorraca en Ciudad Bolívar; Arturo Bottaro, en Maracaibo; y Augusto Hernández, en Barcelona. A su compadre Augusto, muy próximo al centenario, le conoció en 1957 y desde entonces se hicieron inseparables.

Continuó trabajando en su agencia de publicidad y noticias Corpress, hasta que la razzia contra los medios que emprendió Hugo Chávez lo sacó del mercado. “Un día nos quedamos sin periódicos a quienes vender nuestras noticias. En una de sus peroratas por TV, Chávez dijo “nacionalícese” y el contrato de 400 millones que acabábamos de firmar con Petrozuata, para la publicación de avisos en prensa y radio, se esfumó. Nos vimos forzados a cerrar cuando vislumbrábamos optimistas un sólido futuro económico. Hoy toda mi familia más cercana, hijos y nietos, está dispersa en Estados Unidos, Portugal y España. Eso me está obligando a vivir mi vejez muy lejos de mi Margarita y de mi Venezuela”, dice en el libro “Huellas de vida en tinta y papel”.

En diciembre de 2020 dejó de colaborar con el semanario Estampas, de El Universal, luego de dos años de exquisitas crónicas que nunca le pagaron.


LA PRIMERA FOTO VÍA INTERNET

Evaristo Marín

“El 5 de mayo de 1998, el asesinato del comandante de la Guardia Suiza del Vaticano, Alois Estermann, y de su esposa, la abogada venezolana oriunda de Urica Gladys Meza Romero, fue noticia mundial. Cedrich Tormay, uno de los guardias, se suicidó en el sitio, luego de ultimar con su pistola a la pareja.

La primera foto por Internet

Alertados por la jefa de provincia, Josefina Ruggiero, el reportero gráfico Augusto Hernández y yo nos movilizamos a Urica, y antes de las cuatro de la tarde estábamos de regreso, con fotos del matrimonio. En sus 15 años de casados Alois y Gladys habían frecuentado Urica. Muchos lo recordaban montando a caballo en sus vacaciones. Pocos sabían de su gran cercanía al Papa Juan Pablo II, como jefe de su custodia.

Ese día comenzamos transmitir a El Nacional fotos por Internet, desde el interior del país. Ruggiero insistía en que debíamos enviar esas fotos por avión, pero el técnico (de la corresponsalía de Barcelona) Héctor Ferrer nos garantizó que podíamos escanearlas y transmitirlas con nuestras computadoras. Cuando en minutos, en el departamento de fotografía Alex Delgado exteriorizaba júbilo al verlas, nítidas, en la pantalla, desde la sección de Provincia, nos llovieron las felicitaciones.”