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Víctor Suárez
La troika que está a cargo de la iglesia católica hasta que la fumata blanca emerja de la Basílica de San Pedro, en Roma, la forman un irlandés (Farrell), un italiano (Parolín) y un venezolano (Peña Parra). Un cuarto actor funciona en la sombra, el también venezolano Arturo Sosa Abascal, líder mundial de los jesuitas, congregación a la que Francisco I perteneció durante 68 años de su vida.
Los cuatro ascendieron en la estructura católica romana durante el papado de Jorge Mario Bergoglio, al igual que la mayoría determinante de los cardenales con derecho a voto que designarán al sucesor.
Kevin Farrell, cuya labor pastoral ha transcurrido principalmente en Estados Unidos, fue designado camarlengo en 2019, con la responsabilidad de dirigir la transición entre un papa y otro, según prácticas que vienen del medioevo. Un camarlengo es un administrador del vacío. En italiano esa palabra significa chambelán, es decir, oficial de cámara.
Pero monseñor Farrell, de 77 años, es mucho más que eso. En la iglesia católica actual, es una de las piezas legatarias de “la piedra que era Cristo”, la que fundó Pedro, ahora en nombre de Francisco I.
Le hemos visto anunciando la muerte del papa, portando un anillo verificador de situaciones irreversibles, sellando los aposentos del pontífice fallecido, organizando el cónclave venidero, advirtiendo protocolos. Digamos que es papa en funciones.
Se dirá que su accionar es puro florilegio, pues sus verdaderas funciones han sido y siguen siendo de importancia capital, en sentido contante y sonante: En 2020 el papa lo nombró “Presidente de Asuntos Reservados” y en 2022 lo designó “Presidente del Comité para las Inversiones”, cargos hasta entonces inexistentes en la estructura del Vaticano.
El italiano Pietro Parolín, un joven de 70 años, aparece en todas las listas de papábiles. Desde 2013, se desempeña como Secretario de Estado (Canciller) del Vaticano, segundo en la jerarquía eclesiástica. El papa Benedicto XVI lo nombró nuncio apostólico en Venezuela en 2009. Hugo Chávez lo recibió con estas palabras: «Le recomiendo que haga un exorcismo en la sede de la nunciatura porque el anterior jefe de esa delegación diplomática alojó allí a un sádico, un violador» (el opositor Nixon Moreno). También le advirtió que «no estamos dispuestos a callar ante la arremetida de un grupo de obispos que está sometido a la bastarda burguesía venezolana». Asimismo, humillaba a los cardenales Rosalio Castillo Lara y Jorge Urosa Savino: «trogloditas», «cavernícolas», “diablos con sotana”.
Monseñor Ovidio Pérez Morales, exobispo auxiliar venezolano, decía que Parolín era «muy afable, muy atento, de una gran sencillez, realmente se hizo querer mucho» en Venezuela.
No se pueden entender las entrevistas de Francisco I con los dictadores cubanos Fidel Castro, Raúl Castro y Diaz Canel sin la intervención de la cancillería vaticana. Y tampoco las dos visitas que hizo Nicolás Maduro a la Santa Sede. Solo cuando Daniel Ortega arrasó con la iglesia católica en Nicaragua, el papa le acusó de regentar “una dictadura grosera”.
La aureola conciliadora de Parolín, que comenzó en tareas diplomáticas desde los tiempos de Juan Pablo II, parece que no le será suficiente para alcanzar el máximo escalón en el cónclave venidero. Aunque haya estrechado lazos fuera del ámbito europeo, su condición de italiano sería factor negativo a la hora de decidir. Los electores europeos, por motivos de edad (más de 80 años), han mermado su prominencia. De sus 113 cardenales, apenas 53 podrán votar. De los 135 nuevos cardenales, 99 han sido designados por Bergoglio.
Los venezolanos (Diego Padrón, 85, y Baltasar Porras, 80), irán a Roma, se encerrarán mientras transcurre el cónclave, aparecerán en las fotos durante sus paseos por la plaza de San Pedro, pero no podrán elegir al nuevo príncipe de la iglesia.
(Esta historia continuará…)