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Las palabras importan: la cobertura de la prensa española del tema “Venezuela”

Antonio Fernández Nays

BARCELONA, 15-1-2025 – Enciendes el televisor y el telediario abre su edición con la noticia de la juramentación del “presidente Nicolás Maduro” para un tercer período. Al mismo tiempo revisas la información en redes sociales y algunos medios españoles replican lo mismo, con casi idénticas palabras. Te indigna el tratamiento tan laxo y ligero en un momento tan crucial y delicado para todos los venezolanos y la democracia. Sobre todo teniendo en cuenta el contexto: un grueso manto de dudas sobre la legitimidad del gobernante al que apenas acompañan en el acto de juramentación dos mandatarios -Miguel Díaz-Canel, de Cuba y Daniel Ortega, de Nicaragua-, que demócratas no son y, por el contrario, han alimentado un largo expediente de violaciones a los derechos fundamentales en sus respectivos países.

Pero ahí lo ves y lo lees, muchas veces: “El presidente Maduro…” Como si no hubiese otra forma más acertada y ética de describir la situación y nombrar sus elementos. Lo siguen repitiendo al día de hoy. Las mismas palabras.

Y las palabras importan.

El lenguaje es una práctica social y su función no es solo representar, sino también configurar nuestra percepción y acción en el mundo.

En Tractatus Logico-Philosophicus, el filósofo alemán Ludwig Wittgenstein sostiene que el lenguaje cumple una función representativa, es decir, las palabras son «fotos» o representaciones de la realidad.

Ferdinand de Saussure, en su obra Curso de lingüística general, plantea la idea de que el lenguaje no es una simple herramienta para reflejar la realidad, sino que es un sistema de signos que construye y organiza nuestra experiencia del mundo.

George Orwell, un firme defensor de la claridad y la precisión en el lenguaje, decía en Politics and the English Language (1946): «El lenguaje político… tiene como único propósito hacer que las mentiras suenen como verdades”. En su obra 1984, señalaba: «El lenguaje político… está diseñado para hacer que las mentiras suenen como verdades; el asesinato (parezca) respetable, y para dar una apariencia de solidez a lo que es puro viento».

Cuando un medio de comunicación nombra a una persona como presidente -sin matices de ningún tipo- no solo está aludiendo su función ejecutiva; también señala que esa persona está investida con la legitimidad suficiente para ejercer dicho cargo. Y en el caso de un presidente de un país o de un gobierno, tal legitimidad deviene directamente de la voluntad popular expresada en el voto.

Está más que claro que, en el caso de Venezuela, la legitimidad de origen de Maduro está fuertemente cuestionada. Aunque el Consejo Nacional Electoral lo proclamó vencedor de las elecciones del 28 de julio de 2024, todavía no ha presentado ninguna prueba (entiéndase, actas) que lo demuestre. El Centro Carter, uno de los pocos observadores internacionales invitados por el régimen a presenciar la votación, emitió un informe en el que subraya las múltiples irregularidades que hacen desconfiar el resultado anunciado. La ONU también denunció que el proceso no cumplió las “medidas de integridad y transparencia” y que las actas de mesas electorales recogidas y hechas públicas por la oposición “parecen difíciles de falsificar”. Así mismo, universidades, academias, organizaciones, gobiernos han manifestado sus dudas sobre la legitimidad de la supuesta victoria electoral de Maduro.

En España, la cobertura periodística en general atiende a líneas editoriales claramente posicionadas, hacia la izquierda o la derecha, siendo muy escasas o excepcionales las noticias tratadas con aceptable asepsia y distancia. El tema Venezuela no es la excepción.

A pesar de toda la evidencia documentada sobre las irregularidades de esa elección y su resultado, existen medios españoles que “compran” la versión oficialista sin detenerse. Que un medio llame “presidente” a Maduro, aunque se haya investido como tal, es en el mejor de los casos una práctica periodística poco ceñida a la seriedad que demanda la circunstancia.

Uno de los casos más sonoros es el de RTVE, el canal del Estado, que tiene una cuota de pantalla del 10,5%, siendo una de las cadenas más vistas en el país, de acuerdo con datos de la propia corporación. Los servicios informativos de RTVE se mantienen como la segunda opción más vista, con una media de 1.281.000 espectadores y una cuota del 12,2% Es así como una noticia divulgada por esa emisora tiene un alcance en lo absoluto despreciable.

Pero ha sido práctica de RTVE “normalizar” la situación política venezolana, tanto en sus ediciones al aire como en sus notas escritas y divulgadas por su página web, al tratar de presidente a Maduro. A los que dudan que sea así, los invito a hacer una simple búsqueda del tema por Google. Ahí tendrán suficiente material. Cuando un medio de comunicación da repetida y sostenidamente este tratamiento a la información, está cerrando un capítulo político (que no está cerrado) y revistiendo de autoridad -y legitimidad- a un régimen que al día de hoy está bajo escrutinio tanto dentro como fuera de las fronteras de Venezuela.

Ni El País, que es un diario claramente escorado hacia la izquierda, identifica al señor Maduro como presidente, sin matices. Por el contrario, ha publicado con regularidad fuertes editoriales muy críticos hacia el gobernante venezolano.

Antonio Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, señalaba la importancia del lenguaje como una herramienta de hegemonía cultural. Lo cito: «Cada lenguaje contiene los elementos de una concepción del mundo y de una cultura, pero cada lenguaje también puede ser el terreno de una batalla ideológica”.

Repito, las palabras importan, y más en contextos políticos altamente polarizados.